Actualizado el 8 de marzo de 2016.
Como todos sabemos, la gran mayoría de la morfología española proviene directamente del latín, a veces influido por otras lenguas, aunque esto no es relevante ahora mismo.
Como ya hemos comentado de forma resumida y simplista, «el castellano es una lengua que, por lo general, marca los géneros con ‑o para el masculino (p. ej. “niño”) y con ‑a para el femenino (p. ej. “niña”)». Para los plurales, suele bastar con añadir una ‑s: «niños» y «niñas». Esto, cómo no, tiene una explicación.
El latín era una lengua ampliamente flexiva. Este era el caso de sustantivos y adjetivos, entre otras categorías gramaticales, que eran declinables, es decir, dependiendo de la función sintáctica que desempeñase el sustantivo (sujeto, objeto directo, etc.), la palabra se escribía en un caso o en otro. Pongamos los siguientes ejemplos:
Petrus salutat Antonium ‘Pedro saluda a Antonio’; Petrus es el sujeto —caso nominativo— y Antonium el objeto directo —caso acusativo—).
Antonius salutat Petrum ‘Antonio saluda a Pedro’; Antonius es el sujeto —caso nominativo— y Petrum el objeto directo —caso acusativo—).
Vemos claramente que el sujeto acaba en ‑us, mientras que el objeto directo acaba en ‑um. Cada una de estas terminaciones recibe el nombre de caso, y cada sustantivo tiene seis casos para el singular y otros seis para el plural. La suma de los casos recibe el nombre de declinación, de las que en latín había cinco, que en español podría decirse que se han visto reducidas a tres, como veremos más abajo.
Una vez que tenemos más o menos claros estos conceptos, es fácil hacer la siguiente exposición:
- La gran mayoría de las palabras que acaban en ‑a(s) son femeninas en español, al igual que en latín; estas eran las palabras de la primera declinación (p. ej. rosa, rosae > «rosa»).
- Las que acaban en ‑o(s) suelen ser masculinas, y se corresponden, de forma resumida, con las de la segunda declinación (p. ej. carrus, carri > «carro»).
- Hay otro grupo muy común tanto en español como en latín que son las que no acaban ni en ‑o(s) ni en ‑a(s), que se corresponden a la tercera declinación (p. ej. pulmo, pulmonis > «pulmón»). El singular se caracteriza por el hecho de que no termina ni en ‑a ni en ‑o, y el plural en que no se añade una ‑s sola, sino que sería ‑es («pulmones»).
Todo esto se debe a que los sustantivos y adjetivos castellanos proceden del caso acusativo latino. Veamos el ejemplo sobre las palabras anteriores:
- rosa, rosae: acusativo rosam (la m final se acaba perdiendo porque casi no se pronuncia) > «rosa».
- carrus, carri: acusativo carrum (la m final se acaba perdiendo porque casi no se pronuncia) > carru (la u final se abre en o para facilitar su pronunciación y quizá también por analogía al acusativo plural carros) > «carro».
- pulmo, pulmonis: acusativo pulmonem (la m final se acaba perdiendo porque casi no se pronuncia) > pulmone (la e final se acaba perdiendo porque casi no se pronuncia) > «pulmón».
La explicación para que el plural sea en ‑s (primera y segunda declinación) o en ‑es (tercera declinación) es exactamente la misma: el caso acusativo plural en latín añade ‑s en la primera y segunda declinación y ‑es en la tercera.
- rosa, rosae: acusativo plural rosas.
- carrus, carri: acusativo plural carros.
- pulmo, pulmonis: acusativo plural pulmones.
Muy relacionado a esto está el hecho de que en italiano no se formen así los plurales, sino que sean más bien con ‑e para el femenino y con ‑i para el masculino. Esto es debido a que en italiano se conservó más el caso nominativo:
- plural de rosa: rose < rosae (nominativo plural femenino).
- plural de carro: carri < carri (nominativo plural masculino).
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«¿De dónde vienen las formas de los sustantivos y adjetivos?», de delcastellano.com.